En El año en que hablamos con el mar la pregunta alrededor de la vida en una isla donde pareciera que nada pasa resulta la excusa para construir una bellísima prosa que reflexiona sobre la existencia, las decisiones y el tiempo.
La escritura de Montero se lee dulce, profunda pero para nada rebuscada. Habilita, con talento, la emergencia de imágenes claras, coloridas y contundentes así como tensiones entre lo comunitario y lo íntimo, entre el arraigo y la curiosidad. Aunque por momentos algunos caminos tomados me resultaron un poco lentos, fue más la serenidad que estos sumaron que el disfrute que restaron a mi experiencia con este libro. Aprecié los personajes, sus singularidades a pesar de su estrechez y cada detenimiento en la historia de la historia de su historia.
Recomiendo mucho para quienes -más del lado de las vibras que de la trama- estén necesitando una lectura calma pero ampliamente sensible.